AL INTERIOR DEL CULO DE RATA
Deyanira Villagrán Hernández
TLRIID
Grupo: 213
26/Marzo
/2012
Desde los inicios de su carrera,
Guillermo Fadanelli se ha nutrido de la contracultura estadounidense, en
particular del “viejo indecente”. Durante muchos años, la abyección ha sido su
tema más socorrido, la provocación su principal motor y el underground su
ambiente privilegiado. No me refiero únicamente a sus relatos y novelas, sino
también a esa personalidad que lo ha convertido en una figura emblemática de la
ciudad de México contemporánea.
Después de varias novelas y relatos
como Lodo o La otra cara de Rock Hudson, donde abundan el sexo,
la delincuencia y la euforia etílica, Fadanelli.
Guillermo,
ese es el nombre del joven que protagoniza esta historia. Su padre es un hombre
autoritario y grotesco que impone su voluntad, su madre es una mujer sumisa, también
Guillermo vive con su abuela quien tiene un papel
importante ya que es una señora llena de carácter y lo
defiende, es con ella con quien tiene más confianza. Esta historia se
desarrolla a principios de los años setenta.
Su padre decide meterlo en una secundaria militarizada aun con la oposición
familiar, sin saber que al entrar ahí le espera una
serie de sucesos que le harán ver la vida de una manera distinta y buscara
formas de sobrellevar todos los atropellos a los que son sometidos, los militares que se encuentran ahí son personas que se creen
superiores y obligan a los cadetes a cumplir sus ordenes que no consisten
precisamente en los principios de disciplina, sino en una serie de tareas externas para satisfacer los caprichos de los militares. La
historia de Guillermo cambia cuando sucede un trágico accidente.
El libro Educar a los topos es una
obra que nos permite descubrir que hay más allá de hombres uniformados que
dicen representar la justicia, el valor, la entrega y el patriotismo, ya que
mientras Guillermo estuvo en esa secundaria sufrió mucho, lo cual provoco que
surgieran algunos traumas más adelante, se le privo de muchas cosas que los
jóvenes de su edad hacían y se le atribuyeron responsabilidades que no concordaban
con su edad. Fadanelli es a mi punto de vista una presa fácil al ingresar a esa
escuela al igual que la mayoría de los cadetes de nuevo ingreso.
La historia se centraliza en la forma en que funciona el ejército y la historia
no difiere mucho de la situación actual, porque infinidad de veces hemos leído
en el periódico notas en las que el ejército se comporta de una manera ruin.
Fadanelli describe magistralmente
las inagotables facetas de la humillación y el abuso de poder entre los
soldados. Sin embargo, más que los usos y costumbres de los militares, lo que
mantiene en vilo al lector es la tensión familiar que subyace en esta historia,
una violencia psicológica cuyos estragos son más profundos que los causados por
los insultos o los golpes de los compañeros de cuartel. En esta última novela,
el autor de Compraré un rifle
es mucho más discreto y al mismo tiempo mucho más efectivo que nunca. Es como
si hubiera dejado de lado la obvia provocación de sus primeros libros para
ejercitarse en el difícil arte del sobrentendido y de la insinuación
Con un estilo cruel y preciso, Fadanelli pasa revista a
su vida y reflexiona sobre lo absurdo cotidiano como hiciera Bukowski en sus
últimos libros, en los que el escenario doméstico se impone cada vez más a los
antros y a la vida callejera. Pienso sobre todo en su diario tardío, El
capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco, donde el escritor
anuncia: “He estado leyendo a los filósofos. Son realmente tipos extraños,
divertidos y alocados, jugadores. Adoro a estos tipos. Sacuden al mundo. ¿No les
entrarían dolores de cabeza, pensando así? ¿No les rugía una avalancha negra
entre los dientes?”
De la misma manera en que ocurrió con la narrativa de
“Hank”, al madurar, también la literatura de Fadanelli se está volviendo
filosófica y, puesto que el sinsentido de la vida es la tela de fondo de esta
novela, podríamos decir que es nihilista. Sin embargo, no se trata tanto de una
apología de la nada como de quien se ha impuesto la tarea de describir lo
absurdo y lo risible de la existencia. En Educar a los topos –y algo me
lleva a pensar que así serán sus próximos libros– se adivina la sombra de
autores como Ciorán o Schopenhauer y de su escritura violenta, pero nunca
desprovista de elegancia. El primero se vislumbra en temas como el peso del
tiempo o los rencores que duran toda la vida; el segundo, por el pesimismo
ontológico y porque, como él, el narrador de esta novela está convencido de que
la vida no sólo es dolorosa sino radicalmente absurda, y de que nuestros actos
están dominados por la irrefrenable voluntad de la especie por perpetuarse:
“¿Acaso no somos la concreción de un chorro de leche que lanza un pene
enloquecido? Como si nuestra sangre no contuviera desde un principio todos los
vicios de sus padres y sus ancestros.” ¿Desencarnado? Quizás. Pero es gracias a
esa ironía y a ese cinismo empedernido que Educar a los topos logra
exponer a la humanidad en sus facetas más frágiles, más ridículas y por lo tanto
más entrañables, una proeza que sólo llevan a cabo los autores que han
conseguido dominar el oficio.