sábado, 28 de abril de 2012

Reseña de Educar a los topos




AL INTERIOR DEL CULO DE RATA
Deyanira Villagrán Hernández
TLRIID
Grupo: 213
26/Marzo /2012 

Desde los inicios de su carrera, Guillermo Fadanelli se ha nutrido de la contracultura estadounidense, en particular del “viejo indecente”. Durante muchos años, la abyección ha sido su tema más socorrido, la provocación su principal motor y el underground su ambiente privilegiado. No me refiero únicamente a sus relatos y novelas, sino también a esa personalidad que lo ha convertido en una figura emblemática de la ciudad de México contemporánea.

Después de varias novelas y relatos como Lodo o La otra cara de Rock Hudson, donde abundan el sexo, la delincuencia y la euforia etílica, Fadanelli.

Guillermo, ese es el nombre del joven que protagoniza esta historia. Su padre es un hombre autoritario y grotesco que impone su voluntad, su madre es una mujer sumisa, también Guillermo vive con su abuela quien tiene un papel importante ya que es una señora llena de carácter y lo defiende, es con ella con quien tiene más confianza. Esta historia se desarrolla a principios de los años setenta.
Su padre decide meterlo en una secundaria militarizada aun con la oposición familiar, sin saber que al entrar ahí le espera una serie de sucesos que le harán ver la vida de una manera distinta y buscara formas de sobrellevar todos los atropellos a los que son sometidos, los militares que se encuentran ahí son personas que se creen superiores y obligan a los cadetes a cumplir sus ordenes que no consisten precisamente en los principios de disciplina, sino en una serie de tareas externas para satisfacer los caprichos de los militares. La historia de Guillermo cambia cuando sucede un trágico accidente.

El libro Educar a los topos es una obra que nos permite descubrir que hay más allá de hombres uniformados que dicen representar la justicia, el valor, la entrega y el patriotismo, ya que mientras Guillermo estuvo en esa secundaria sufrió mucho, lo cual provoco que surgieran algunos traumas más adelante, se le privo de muchas cosas que los jóvenes de su edad hacían y se le atribuyeron responsabilidades que no concordaban con su edad. Fadanelli es a mi punto de vista una presa fácil al ingresar a esa escuela al igual que la mayoría de los cadetes de nuevo ingreso.


La historia se centraliza en la forma en que funciona el ejército y la historia no difiere mucho de la situación actual, porque infinidad de veces hemos leído en el periódico notas en las que el ejército se comporta de una manera ruin.

Fadanelli describe magistralmente las inagotables facetas de la humillación y el abuso de poder entre los soldados. Sin embargo, más que los usos y costumbres de los militares, lo que mantiene en vilo al lector es la tensión familiar que subyace en esta historia, una violencia psicológica cuyos estragos son más profundos que los causados por los insultos o los golpes de los compañeros de cuartel. En esta última novela, el autor de Compraré un rifle es mucho más discreto y al mismo tiempo mucho más efectivo que nunca. Es como si hubiera dejado de lado la obvia provocación de sus primeros libros para ejercitarse en el difícil arte del sobrentendido y de la insinuación

Con un estilo cruel y preciso, Fadanelli pasa revista a su vida y reflexiona sobre lo absurdo cotidiano como hiciera Bukowski en sus últimos libros, en los que el escenario doméstico se impone cada vez más a los antros y a la vida callejera. Pienso sobre todo en su diario tardío, El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco, donde el escritor anuncia: “He estado leyendo a los filósofos. Son realmente tipos extraños, divertidos y alocados, jugadores. Adoro a estos tipos. Sacuden al mundo. ¿No les entrarían dolores de cabeza, pensando así? ¿No les rugía una avalancha negra entre los dientes?”

De la misma manera en que ocurrió con la narrativa de “Hank”, al madurar, también la literatura de Fadanelli se está volviendo filosófica y, puesto que el sinsentido de la vida es la tela de fondo de esta novela, podríamos decir que es nihilista. Sin embargo, no se trata tanto de una apología de la nada como de quien se ha impuesto la tarea de describir lo absurdo y lo risible de la existencia. En Educar a los topos –y algo me lleva a pensar que así serán sus próximos libros– se adivina la sombra de autores como Ciorán o Schopenhauer y de su escritura violenta, pero nunca desprovista de elegancia. El primero se vislumbra en temas como el peso del tiempo o los rencores que duran toda la vida; el segundo, por el pesimismo ontológico y porque, como él, el narrador de esta novela está convencido de que la vida no sólo es dolorosa sino radicalmente absurda, y de que nuestros actos están dominados por la irrefrenable voluntad de la especie por perpetuarse: “¿Acaso no somos la concreción de un chorro de leche que lanza un pene enloquecido? Como si nuestra sangre no contuviera desde un principio todos los vicios de sus padres y sus ancestros.” ¿Desencarnado? Quizás. Pero es gracias a esa ironía y a ese cinismo empedernido que Educar a los topos logra exponer a la humanidad en sus facetas más frágiles, más ridículas y por lo tanto más entrañables, una proeza que sólo llevan a cabo los autores que han conseguido dominar el oficio.


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